Y para ella no había constelación más bonita que sus lunares, ni mejor lugar que su cuerpo para perderse, no era capaz de trazar mapa más bonito que aquel que hacían sus ojos al verle llegar. Sus piernas medían 22 besos y por miedo a empequeñecer, hacía que él se encargara de comprobarlo cada noche. Para él, preguntarle cuándo se enamoró de ella era como pedirle que nos contara cómo respiró por primera vez y al saber que la vería a las 4, ya empezaba a sonreír a las 3.
Toda la vida dibujando sonrisas en sus dibujos, hasta que aprendió, gracias a ella que las más bonitas se dibujan con miradas. Cada mañana cada uno despertaba las mariposas del otro, para que les hicieran cosquillas cuando no estuvieran juntos. Iban muy despacio porque algo les decía que llegarían lejos; a rozar la Luna, al tejado para verla de lejos o al árbol más alto para oír mejor a los pájaros. Ella aprendió gracias a él que no tenía por qué hacer frío para que sus piernas temblaran, pues con verle llegar era suficiente. Él siempre fue de duro, pero ella supo cómo romperle sin tocarle, y aún así abrazarle cachito a cachito aunque a veces doliera. Para ella no existía mejor canción que el tic tac de su corazón, ni mejor reloj que marcara las horas. Le gustaba hacerse la loca, porque sabía que no había mejor camisa de fuerza que los brazos de él. Cada noche se dormía pensando en sus defectos, pero cada mañana se despertaba amándolos más.
Al cabo del tiempo se volvieron a ver, ella dijo ''aún te brillan los ojos'' él contestó ''aún te tiemblan las piernas''.
Gente que sigue mi sonrisa...
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