Gente que sigue mi sonrisa...

28 jun 2015

Se besaron.

Se besaron.
No se besaron como en la películas ñoñas de los sábados por la tarde. Se besaron chocando las cabezas y riendo. Riendo mucho. Él la atrajo hacia sí con fuerza y decisión, ella se quedó atónita tras ver cada poro de la cara del que quiso tener algún día entre sus labios ¡El día ya ha llegado! se dice a sí misma en el intento nulo de no quedarse embobada en los ojos de él. Silencio. No necesitan más compañía que el baile que hacen las manos de él hacia lo más bajo de su espalda. No hay nadie. Ni en la calle ni en la cabeza de los amantes que no sea el que tienen en frente. Finalmente ella consigue desprender su mirada de los ojos de él, baja sus pupilas hacia sus labios para no tardar en volver al mar azul en el que se ahoga cada vez que explora minuciosamente su iris, pero vuelve a bajar a los labios que tanto soñó en besar hacía ya tanto tiempo. Ella ya no tiene miedo a llegar tarde a casa, con llegar a tiempo a él siente que ya llega a tiempo a todo.
Oscuro. Ninguno ve nada, los dos han cerrado los ojos aproximándose al otro lentamente, como si sus vidas se escaparan en ese instante a cámara lenta, como si no fuera a haber próxima vez, como si fuera la única primera vez... Por fin se rozan los labios de ambos y ella deja que el lleve el control abriendo un poco más la comisura de los labios y dejando que la lengua de ella se adentre como quien entra por primera vez en un parque de atracciones. No lo duda, quiere conocer cada una de las montañas rusas que le esperan a su lado y mueve la lengua como queriendo aprenderse de memoria cada uno de los mapas del parque.
Ya no hay más preguntas que no sea ''¿por qué no?'' ya los dos sienten la seguridad que le da el otro. Ya no cabe duda de que ambos llegaron en el momento adecuado.
Finalmente se separan, lentamente y a la vez sin querer hacerlo, pero con la seguridad de que habrá una próxima vez y que sin duda, será con la misma persona. Ella es esta vez la que le mira con decisión y él el que casi padece de tortículis por querer mirar hacia otro lado. Pero de pronto, se percatan de que suenan unos fuertes ruidos tras ellos... Caían fuegos artificiales, unos fuegos casi tan fuertes como la alegría que cada uno sentía en su barriga, de mil colores que combinaban perfectamente con los del otro. Ahora sí, estaba explotando cada razón por la que quererse y ellos tenían la gran suerte de saberlo y el pequeño secreto de saberlo pero no decir nada, dejar que lo único que rompa el silencio sean los fuegos artificiales que les envuelve en un episodio así. Se abrazan. Ya están en casa.
Mer.

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